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Mostrando entradas de marzo, 2021

La Grabadora

Aún recuerdo la última vez que los focos me cegaron. Fue un jueves. Los jueves eran mi día favorito de la semana, porque eran lo días de micro abierto en el bar John’s del pueblo. La primera vez que entré fue por un after office de los compañeros del despacho de abogados donde trabajaba y al principio no entendía muy bien lo que ocurría. Trataba de culminar otra semana aburrida en la que iba de la casa a la oficina, sin ningún sentido o motivación, y me dejé arrastrar para no quedar como el rancio del grupo. La oscuridad primero me dejó desconcertado, pero cuando mis ojos se acostumbraron a la falta de luz pude apreciar la barra clásica de madera, el hombre corpulento detrás con una camiseta demasiado ajustada de The Doors, y las paredes repletas de fotos firmadas de hombres y mujeres detrás de un micrófono. El olor era a cerveza fermentada y un poco de sudor. El humo de los cigarrillos se entrelazaba con las luces que enfocaban el centro del escenario. Y allí estaba un hombre bajito c

Habichuelas mágicas

 –Habichuelas tío… se llaman habichuelas mágicas –le recalcó Sergio con tono cansino. –¿En serio Tete? ¿Vas a darme unas pastillas que acabas de encontrar por ahí, en vez de darme material del bueno? Ya sabes que yo soy más de cristal, algo de coca, vamos lo de siempre. A mi estás chapuzas nuevas no me van, soy un yonqui con clase –le recriminó Jack. –Tío, que no me las encontré por ahí. Son material muy bueno que me traje de la rave de Londres. Te lo prometo tío, tendrás un viaje que fliparás. Volarás alto y escucharás música celestial. Confía en mi –le prometió su camello de confianza y amigo desde hace más de veinte años. –No me convence Tete. No me convence nada dejarme los últimos cincuenta euros que me quedan en la cartera en esta chorrada –insistía Jack preguntándose cómo había llegado a este punto tan bajo. –¿Y tú no currabas, tío? ¿Qué pasó con ese puesto tan increíble que tenías en la productora? –Nada, no pasó nada. Que me cansé de hacer todo lo que me decían, además mi jefe

Blanco impoluto

Cristina se sienta delante del escritorio al que aún no logra adaptarse. Está exhausta y mientras toma un respiro mira la pequeña habitación que se ha convertido en su nuevo hogar. Paredes blancas impolutas, temperatura perfecta, luz cuidadosamente pensada para no crear ni una sombra. Aspira para intentar captar el olor del lugar. Nada. ¿Cómo puede no oler a nada?, piensa. Ella era especialista en captar los olores de las habitaciones y aquí definitivamente no olía a nada conocido. Era todo tan frío y limpio… tan impersonal. Su pequeño Carlos está sentado en una esquina jugando con un libro infantil. Nadie ha podido quitárselo de las manos y han dejado de intentarlo. Además, el hecho de que el pobre niño no haya vuelto a emitir palabra, ya es suficiente para él. Cristina no puede creer que las últimas 24 horas hayan ocurrido, ni que ahora se encuentre en este lugar tan extraño. Intenta ver por la ventana, pero está oscuro y solo logra ver kilómetros de arena oscura. Es una arena volcán

Cuenta atrás

Son las 8.30h de la mañana y Alberto ya lleva 3 cafés encima. La camarera no para de verle con desdén cada vez que pide otro. Es normal, debe estar cansada de tener al tonto de turno que se sienta en la ventana para ver la calle y pide un café tras otro, como excusa para pasar el rato. Pero Alberto no está pasando el rato, está disfrutando cada uno de esos cafés como si fuera el último. Quizás es porque lo son. Recuerda como a las 9.10h de un miércoles que jamás olvidará, le dieron la noticia de que Alicia ya no volvería. Que nunca vería su cara de nuevo. A las 9.11h un policía le contó con demasiados detalles para su cordura qué había pasado, lo que ella había sufrido. A las 9.12h se le rompió el corazón. Y a las 9.13h supo el nombre del culpable. Nadie tuvo que decírselo, lo supo desde el primer momento y se le grabó en el pecho para siempre. Ramón. Hace una semana, a las 9.25h de la noche su mujer Ana cerró la puerta tras de sí… lento… Quizás sin querer hacer ruido. Huyendo en silen

El Pendiente

Estoy escondido debajo de unos papeles sobre la mesilla. Creo que no me ve. He vuelto a salir volando cuando se cepillaba el cabello pero ella no se dio cuenta. Sigue discutiendo al teléfono con su amiga. Así es ella, suele perderme cada dos por tres y luego tarda días en encontrarme. Es toda una despistada.  Mientras le dice a su amiga que le sorprende cómo Patricia aguanta la vida tan deprimente que lleva, intento moverme. Sé que aquí jamás me encontrará por lo que hago un pequeño balanceo y me deslizo por la mesilla, pero termino cayendo entre los cojines del sofá que se encuentra justo al lado. Me lamento por mi mala pata. Pienso un momento cuál será el próximo paso de mi plan mientras vuelvo a escucharla. Camina de un lado para otro quejándose por teléfono de que jamás tiene tiempo para sí misma. No, ¡sí eso ya lo sé! Vive diciendo lo mismo todos los días a quien tiene la mala suerte de preguntarle cómo esta. Ruedo sigilosamente por el salón y acabo debajo de la mesa del comedor.