El Pendiente

Estoy escondido debajo de unos papeles sobre la mesilla. Creo que no me ve. He vuelto a salir volando cuando se cepillaba el cabello pero ella no se dio cuenta. Sigue discutiendo al teléfono con su amiga. Así es ella, suele perderme cada dos por tres y luego tarda días en encontrarme. Es toda una despistada. 


Mientras le dice a su amiga que le sorprende cómo Patricia aguanta la vida tan deprimente que lleva, intento moverme. Sé que aquí jamás me encontrará por lo que hago un pequeño balanceo y me deslizo por la mesilla, pero termino cayendo entre los cojines del sofá que se encuentra justo al lado.

Me lamento por mi mala pata. Pienso un momento cuál será el próximo paso de mi plan mientras vuelvo a escucharla. Camina de un lado para otro quejándose por teléfono de que jamás tiene tiempo para sí misma. No, ¡sí eso ya lo sé! Vive diciendo lo mismo todos los días a quien tiene la mala suerte de preguntarle cómo esta.

Ruedo sigilosamente por el salón y acabo debajo de la mesa del comedor. Cada vez estoy más cerca y quiero que se entere de mi ubicación pero nada, nunca suele percatarse de los detalles por lo que cojo aire profundamente y potencio mi brillo al máximo. Brillo y brillo pero es inútil. Ella ya ha caminado hacia la puerta sin parar de hablar con desdén y se ve con ojos tristes en el espejo de la entrada de casa. Suspira con cansancio y dice antes de colgar, –Claro amiga, yo estoy perfectamente. Todo va genial.

Estoy agotado y ya comienzo a estar harto de perseguir a esta dejada cada vez que me pierde. Además, estoy cabreado con mi compañero que nunca tiene que pasar por lo que estoy pasando yo ahora, ya que es un conformista que se agarra a su oreja como un clavo ardiendo.

Aprovecho la rabia que siento para hacer el último esfuerzo. Ya se va a enterar esta tía loca de lo que vale un pendiente! Me preparo, cojo carrerilla y salgo disparado hacia su pie en el momento justo en que se agacha para ajustarse el zapato.

–Aquí está el jodido pendiente! –dice con una sonrisa.


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