Cuenta atrás

Son las 8.30h de la mañana y Alberto ya lleva 3 cafés encima. La camarera no para de verle con desdén cada vez que pide otro. Es normal, debe estar cansada de tener al tonto de turno que se sienta en la ventana para ver la calle y pide un café tras otro, como excusa para pasar el rato. Pero Alberto no está pasando el rato, está disfrutando cada uno de esos cafés como si fuera el último. Quizás es porque lo son.

Recuerda como a las 9.10h de un miércoles que jamás olvidará, le dieron la noticia de que Alicia ya no volvería. Que nunca vería su cara de nuevo. A las 9.11h un policía le contó con demasiados detalles para su cordura qué había pasado, lo que ella había sufrido. A las 9.12h se le rompió el corazón. Y a las 9.13h supo el nombre del culpable. Nadie tuvo que decírselo, lo supo desde el primer momento y se le grabó en el pecho para siempre. Ramón.

Hace una semana, a las 9.25h de la noche su mujer Ana cerró la puerta tras de sí… lento… Quizás sin querer hacer ruido. Huyendo en silencio de una casa muy fría, de los arrebatos y rabia infinita de él, del monstruo en el que se había convertido.

A las 9h del pasado lunes Alberto planeó justo delante de esta cafetería cómo iba a hacerlo. No quería ir tras Ramón. No vale la pena. Quiere que sienta el mismo vacío que siente él cuando se ve en el espejo, sabiendo que no pudo protegerla. 

Ayer a las 9.03h sonó el timbre de la casa de Alberto, cuando el mensajero de Amazon le entregó los últimos elementos que necesitaba sin siquiera mirarle a la cara. Es absurdo lo que la gente puede comprar en internet, pero eso ya lo sabéis, que por algo habéis leído online las instrucciones de cómo construyó su obra maestra.

Alberto mira el reloj de nuevo. Son las 8.45h. Entra en el café una madre joven con su niña pequeña. La niña ríe a carcajadas cuando su madre le dice que se ha manchado la cara con el cruasán de chocolate. Su risa le molesta. Le molesta y le aterra, le da miedo que le distraiga de su misión. Las mira con rabia y la chica le devuelve el gesto con cara ofendida, sin saber que lo que en realidad siente Alberto es profunda envidia y vacío.

Por fin Alberto ve bajar a Ramón de su coche a las 8.50h y entrar al colegio con su hija de la mano. A las 8.55h le ve subirse a su magnífico coche de nuevo camino a la oficina. Qué poco le va a durar esa cara de seguridad de estar más allá del bien y el mal. Ese gesto de que jamás van a cogerle, de que se ha librado y puede vivir como si nada hubiera pasado.

Ya son las 9h en punto… Alberto hace la llamada y comienza la cuenta regresiva… 9,8,7, tic, tac, tic, tac…

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