Habichuelas mágicas

 –Habichuelas tío… se llaman habichuelas mágicas –le recalcó Sergio con tono cansino.

–¿En serio Tete? ¿Vas a darme unas pastillas que acabas de encontrar por ahí, en vez de darme material del bueno? Ya sabes que yo soy más de cristal, algo de coca, vamos lo de siempre. A mi estás chapuzas nuevas no me van, soy un yonqui con clase –le recriminó Jack.

–Tío, que no me las encontré por ahí. Son material muy bueno que me traje de la rave de Londres. Te lo prometo tío, tendrás un viaje que fliparás. Volarás alto y escucharás música celestial. Confía en mi –le prometió su camello de confianza y amigo desde hace más de veinte años.

–No me convence Tete. No me convence nada dejarme los últimos cincuenta euros que me quedan en la cartera en esta chorrada –insistía Jack preguntándose cómo había llegado a este punto tan bajo.

–¿Y tú no currabas, tío? ¿Qué pasó con ese puesto tan increíble que tenías en la productora?

–Nada, no pasó nada. Que me cansé de hacer todo lo que me decían, además mi jefe me cogió manía. Se me quitaron las ganas de ir y punto –se comenzó a desesperar Jack.

Estaba harto de que todo el mundo le preguntara por su vida. Y esa noche aún tenía menos ganas de que sus amigos de la infancia se enteraran de su situación. Sí, estaba pasando por un mal momento, pero quería que le dejaran tranquilo. Sabía que estaba mal, pero así era el foso a veces, daba gusto quedarse un rato en él anhelando los ojos verdes de Cris y sus pestañas infinitas.

–Joder tío, la verdad es que te pegó duro que la Cris cortara contigo, ¿no? –le chinchó su impertinente amigo.

–Ya, es que tú estas muy cuerdo. Eres todo un hombre de bien, que estudia y trabaja. Vamos, eres la materialización de “El Poder del Ahora”, del “Mindfulness” o no, de “El monje que vendió su ferrari”… ¿A que sí? –bromeaba Jack mientras le daba collejas cariñosas. Aunque a veces se ponía pesado, no era un mal tío–. Anda ya, dame las pastis a ver qué tal. Más te vale que estén buenas, sino iré a buscarte para darte de ostias, lo sabes.

Jack cogió la bolsita con su botín psicodélico y volvió a la barra donde le esperaba la morena que había conocido esa misma noche. Más le valía recordar en cinco segundos cómo era que se llamaba, porque sino su plan no iba a acabar nada bien. –¿Laura? ¿Sofía?…. ¡Claudia! Seguro que ese es su nombre –recordó.

Pidió otra ronda de cubatas y siguió acercándose a la chica mientras bailaban al ritmo de la canción. No entendía en qué momento había desaparecido de los garitos la buena música.

–Algo de clásicos electrónicos de toda la vida no vendría mal, a ver si de una vez por todas cambian este trap tan insoportable –se decía mientras disimulaba con una sonrisilla seductora pero con la seguridad de que tenía una cara de imbécil de cuidado. Lo que tenía que hacer para dejarse llevar y olvidar un poco.

–¿Oye, por qué no vamos a un lugar más tranquilo? –le preguntó la morena.

–¿Más tranquilo? –le pregunto guillándole el ojo–. Vamos donde quieras Claudia… Me acabo el cubata y te sigo.

Jack buscó entre los bolsillos de su pantalón y sacó una de las pastillas que le había encasquetado su amigo. Las pastillas eran pequeñas y amargas. Sintió una pequeña arcada sólo de pensar en el regusto asqueroso que iba a dejarle en la garganta. Le llamó la atención que tuviera grabada la marca de una hoja, pero se la tragó rápidamente sin pensarlo demasiado.

–Vamos rubia… perdón, morena –se excusó abrazando a la chica mientras salían del local.

No tardaron en llegar al piso de Claudia. Era pequeño y limpio pero sin personalidad, un poco como la dueña. Jack la cogió en brazos y comenzó a besarla. Sabía a la pastilla ligada con cubata rancio. Le dio un poco de asco por lo que prefirió ir directo al tema sin preliminares. Para qué perder el tiempo.

Aunque la chica estaba my entusiasmada no lograron pasar de las primeras frotadas. Jack estaba distraído y las ganas se le quitaron rápidamente. Siempre le pasaba lo mismo cuando llegaba a este punto. Apenas comenzaba a besar en serio a otra chica, le llegaban los recuerdos de Cris como disparos a quemarropa en mitad de la frente.

–Lo siento guapa. Creo que esto no va para ningún lado. La pastilla que me tomé creo que me dejó KO –se disculpó Jack mientras se apartaba.

–No te preocupes bombón. Le pasa a los mejores –le dijo Claudia mientras se volvía a poner la camiseta sin mirarle a la cara. Obviamente estaba insatisfecha pero no quería machacarlo más de la cuenta–. Si estás muy pedo puedes quedarte a dormir. No pasa nada, no me molestas –le dijo con cierta ternura. No era mala gente la chica.

Jack se lo agradeció. No tenía ganas de irse a casa y aunque la noche no acabó como él quería, no estaba del todo mal dormir acompañado. Quizás de esa forma podría descansar un poco.

Claudia apagó la luz y se acostaron en la estrecha cama. Mientras ella comenzaba a dormitarse, Jack no podía dejar de ver como las luces de los coches que pasaban por la calle, entraban por la ventana.

–Uno, dos, tres… La pastilla definitivamente no va a hacer efecto. Habichuelas mágica, ¡sí claro! Ya sabía yo que esto era un lacasitos. Mañana me pasaré por casa de Sergio y le daré dos ostias. Además, recuperaré mi dinero y me compraré un gramo decente de coca. Si es que nada como los clásicos –se decía para sí mismo.

Cuando contó el décimo coche que pasaba por la calle comenzó a sentirse diferente. El corazón poco a poco fue cogiendo ritmo y acelerándose. –Bueno, bueno… parece que ya hace efecto –pensó Jack expectante de ver cómo reaccionaba su cansado cuerpo a la dosis.

Sintió como la sangre caliente recorría cada uno de los centímetros de su cuerpo, pero el torrente no era fluido como de costumbre. Era como si se fuera cuajando poco a poco y le costara circular. Vio como se le hincharon las venas de los brazos. Parecía que fuera uno de sus amigos ciclados que iban al gimnasio.

Las piernas no eran distintas a los brazos. Las venas de sus extremidades cogían cada vez más tamaño y se endurecían, y aunque no sentía dolor, estaba comenzando un mal viaje.

Parecía que en vez de arterias tuviera cañerías rellenas de cemento armado. Se comenzó a asustar pero no podía articular palabra. El aire se le fue de los pulmones al mismo tiempo que sintió como las costillas se le hundieron en la mitad del pecho. Los huesos le crujieron como lo hace la madera de las casas viejas. El corazón que iba acelerado se detuvo en seco y un hueco se le abrió en mitad de la caja torácica.

Bajó la mirada aterrado sin poder gritar. El agujero comenzó a llenarse de un líquido viscoso parecido a la savia de los árboles. De sus brazos y piernas empezaron a salir pequeñas espinas que poco a poco se transformaron en hojas y ramas. Una enredadera le crecía del cuerpo lentamente, se desperdigaba por la cama cubriendo a Claudia que seguía durmiendo a su lado plácidamente sin enterarse de nada, y trepaba por las paredes de la habitación.

El líquido de su pecho olía a barro y hojas podridas. Jack ya no podía moverse, por lo que dejó de intentarlo. Aún así el tórax le temblaba y de la savia salieron sonidos parecidos a ramas quebradas. Un tronco le nacía de donde hace unos minutos estaba su corazón y crecía con rapidez.

Observó estupefacto cómo el enorme tallo cogió altura y llegó hasta el techo del pequeño piso. Siguió creciendo mientras atravesaba el suelo de la buhardilla del edificio y finalmente se liberó perdiéndose en cielo abierto.

Jack estaba exhausto. Los ojos se le cerraban lentamente, a la misma velocidad que sus fuerzas le abandonaban. El silencio era profundo. Finalmente sólo escuchaba la brisa que entraba por el boquete del techo que hacía mover las ramas y hojas de la enredadera que lo cubría todo. Por primera vez en mucho tiempo sintió paz y a lo lejos pudo percibir el dulce sonido de un arpa dorada.

Con esa paz lo encontró su acompañante a la mañana siguiente, con los ojos abiertos inyectados en sangre mirando al techo y una leve sonrisa que le cubría la cara.

–Habichuelas mágicas le escuché decir… Dijo que eran habichuelas mágicas –explicó Claudia entre lágrimas.


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