Annette

 

–¿En serio va a venir Vicky? –preguntó a bocajarro Alicia con la clara intención de atacar a la aludida. 

–Sí Ali. Déjate de tonterías que ya sabías que invitamos a Vicky al reto de hoy. Ya está mayorcita para poder participar –contestó Jason. Era el más mayor del grupo. A sus 18 años le llevaba a todos entre 2 y 3 años que le otorgaban el derecho de decidir quién entraba y salía de la pandilla. 


No era la primera vez que Vicky participaba en estos retos, pero hoy era distinto. Los chicos del barrio solían hacer pequeñas travesuras en las que jugaban con la capacidad de aguante de los demás, ya sea de dolor, respiración o simple miedo. La semana pasada ya habían arremetido contra el tejado de la señora Osorio a pedradas, con la esperanza de acabar con los nervios de la insoportable anciana y de su perro que no paraba de ladrarles cada vez que pasaban frente a su puerta. 


Hoy la habían citado al anochecer en la carretera que salía de la urbanización, en el punto donde los edificios y casas dejaban paso a un tupido bosque atravesado por una sencilla vía asfaltada. Vicky no sabía bien adonde iban hoy pero como siempre, se dejaba llevar. Sentía otra vez esa sensación de que no lograba tomar las decisiones importantes de su vida y que los hechos iban tomando su rumbo sin que ella pudiera hacer nada por encausarlos. Su amiga de la infancia Annette siempre se lo decía: si no podía decir firmemente que NO, por lo menos que aprendiese a decir que SÍ. Años más tarde, aunque ya no había vuelto a hablar con Annette, seguía intentando desarrollar una voluntad propia sin éxito. 


Cuando Jason comprobó que todos los elegidos habían llegado al encuentro, dio la orden de coger la carretera a su destino. Y Vicky, como bienmandada que era, se subió a su patinete eléctrico sin saber que esa noche la acecharía una verdad sobre sí misma y sobre la repentina desaparición de Annette. 

El grupo rodó aproximadamente unos 30 minutos por la carretera entre risotadas y alboroto de los más mayores. Estaban ansiosos por el reto de hoy. Ellos mismos habías sufrido este episodio hace unos años y tenían muchas ganas de hacer pasar a los chicos por el mismo mal rato que pasaron ellos. Vicky estaba nerviosa. Sabía lo que los chicos podían llegar a hacer por simple diversión, especialmente Alicia. Esa chica no la soportaba desde que se había mudado al barrio hace unos años, y esperaba que esta noche no la tomara con ella. 


Pararon frente a unas altas rejas de metal que resguardaban un edificio parecido a los del gobierno. Todo era de un tono gris tocado por el verde de la vegetación que crecía a sus anchas, tomando los espacios y rincones favoritos. Vicky se preguntaba qué era ese lugar que emanaba un terrible sentimiento de soledad y abandono. No había ningún cartel que le diera una pista clara de la función del recinto. 


–Vamos chicos. Hoy tenéis que pasar la noche en este lugar... solos. Además, hemos dejado pistas para la búsqueda de un tesoro. El primero que lo encuentre habrá ganado el reto de hoy. –explicaba altivo Jason con una cruel sonrisa en la cara recordando todas las trampas y sustos que habían dejado por doquier. Estaba seguro de que ninguno encontraría el tesoro, básicamente porque no existía. Sólo sustos y ninguna recompensa. –Volveremos mañana a las 8 de la mañana. ¡Portaos bien! –dijo Jason picando el ojo antes de salir por la reja de la entrada con los otros componentes del grupo más mayores. No se fueron lejos, querían disfrutar de hacerles alguna travesura a los chicos. 


Vicky observó ansiosa como cada uno de sus compañeros escogía algún acompañante entre los retados, pero ella no se atrevió a pedirle a nadie que la acompañara y la verdad es que los otros casi no se percataron de su presencia.  


Se dirigió sola a lo que parecía el edificio central del complejo. Apenas entró por las grandes puertas de madera gastada encontró un escritorio gigante, pero otra vez sin ninguna señal. Se imaginaba que era el punto de información. Revisó los viejos papeles que quedaron sobre la mesa, pero sólo podía leer notas de llamadas y recados. “Llamada 11am, señora González... Devolver la llamada”. 


Siguió caminando por el pasillo de su derecha mientras escuchaba a lo lejos las pisadas de sus compañeros que seguramente corrían de un lado para otro en una planta superior haciendo el tonto. El sonido le alteraba los nervios, por lo que intentaba pensar en momentos más felices. Para su sorpresa recordó nuevamente a su amiga Annette. Era una niña muy guapa, de cabello rojo y sonrisa eterna, que la había acompañado durante toda su infancia entre risas y divertidos juegos. Jamás volvió a tener una amiga igual. La extrañaba. Nunca logró entender cómo desapareció de esa forma tan repentina cuando cumplió los 8 años. Sus padres nunca le explicaron qué fue lo que pasó, y ella nuncpudo olvidarla. 


Encontró un despacho abierto lleno de documentos que seguramente le darían alguna pista de donde se encontraba. Entró y se sentó en el sucio escritorio, abrió uno dlos cajones con dificultad y saco unas carpetas. Tenían nombres y edades escritas en las portadas. “Julián Pérez. 7 años”. Parecían historiales médicos. Leyó por encima palabras como “Trastorno de ansiedad”, “Espectro autista” o “Esquizofrenia” y volvió a meter rápidamente las carpetas dentro del cajón. Algo se le despertó por dentro cuando se dio cuenta de donde se encontraba. Miró el reloj ansiosa. Apenas eran las 12 de la noche y le quedaban aún 8 horas en ese horrible lugar hasta que pudiera salir. 


Decidió salir a tomar aire, por lo que siguió por el pasillo hasta llegar a una salida lateral del edificio. Bordeó una pequeña piscina llena de hojas secas y hasta una silla oxidada volcada que flotaba en el agua verde.  Se quedó unos minutos de pie, con la mirada perdida en el agua. Ya no escuchaba donde estaban los demás chicos del grupo y comenzó a sentir que el silencio la ponía más nerviosa que los sonidos de alboroto. De repente Vicky escuchó a lo lejos un estruendo de cristales rompiéndose y unos agudos gritos de sorpresa. Se sobresaltó y decidió refugiarse en un pequeño edificio circular al otro lado de la piscina. 


Dentro encontró unas cuatro habitaciones dispuestas una al lado de la otra creando el efecto de una pizza cortada en 4 pedazos. Cada habitación tenía una pequeña cama, un escritorio y una ventana. Entró en la primera habitación de la derecha. Tardó en acostumbrarse a la oscuridad, pero el lugar le dio algo de paz, se sentía segura. Se sentó en el escritorio para acabar de tranquilizarse y comenzó a hurgar entre los papeles. Uno de ellos le llamó la atención. Era un papel dibujado por lo que seguramente había sido un niño. Leyó en una infantil pero conocida letra la frase “Hola. Mi nombre es Victoria”. 


Giró la cabeza de repente al sentir la presencia de una pequeña figura sobre la cama. Sobre el colchón desnudo y sucio logró distinguir una muñeca de gran tamaño que le devolvía la mirada con una eterna sonrisa envuelta en cabellos de estropajo rojo. Y escrito sobre el mugriento vestido leyó el nombre “Annette”. 

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