Lo siento

Abro los ojos sobresaltada. Tardo unos segundos en situarme en el lugar y día de la semana que estoy. Como siempre lo primero que hago es girar la cabeza hacia la ventana para tratar de descifrar qué hora es. Esta amaneciendo, pero no se ha instalado la mañana aún. Me encanta este momento en el que el sol comienza a salir, pero n no se escuchan los ruidos de coches ni las familias en su camino a los coles y trabajosSe encuentra todo en prometedora calma. Ojalá el día se quedara así, pero nunca dura más que unos pocos minutos. 


Mientras sigo mirando por la ventana alargo mi brazo derecho hacia el otro lado de la cama, pero lo encuentro vacío. Me giro sorprendida. ¿Dónde se ha metido Marcos? Le llamo, pero no recibo respuesta. Su espacio está frío, por lo intuyo que se levantó hace varias horas ya. Qué raro que no me haya dado cuenta. Seguramente ha sido a causa de la pastilla para dormir que me tomé anoche. Llevo varias semanas durmiendo muy mal con pesadillas y anoche Marcos me recomendó que me tomara una pastilla de Temazepan para tratar de descansar. Por eso tendré la cabeza como un bombo. Me siento como si hubiese estado de fiesta toda la noche. Esto de las drogas, legales o no, no es lo mío. 


Decido levantarme y buscarle en la cocina. Paso por delante de la habitación de Sergio, que duerme plácidamente en su cuna. Qué grande está. Apenas tiene un año, pero lo veo gigante. Cierro la puerta de la habitación y continúo hasta la cocina. Miro con rabia los cacharros sucios de la cena de anoche en el fregadero. Qué manía tenemos de lo lavar los platos en la noche, luego siempre me da una pereza descomunal descubrirlos a la mañana siguiente. 


Trato de recordar si Marcos me comentó que trabajaba esta mañana, pero su horario nuevo es un lío y nunca logro recordarlo. Últimamente está cada vez más evasivo y distante. El último año no ha sido nada fácil. Entre los ERES, despidos y el nacimiento de Sergio, los problemas en casa no han parado de aparecer. Comienzo a sentir una presión en el pecho. Algo no me cuadra de la ausencia de Marcos y prefiero ubicarlo lo antes posible. 


Busco mi móvil por todo el salón; lo encuentro, pero como siempre está sin batería. No lo puse a cargar anoche, me cago en todo. Lo conecto al cargador y me asomo por la ventana a ver si Marcos está en el bar de Santi, pero no le veo. Sólo atisbo a ubicar a alguno de los asiduos al bar de siempreMe comienzo a poner nerviosa. Marcos nunca desaparece de esa forma. Desde que nos conocimos hace 15 años, siempre he sabido donde está. El dolor que siento en el pecho se hace más fuerte. 


Aún no se enciende el móvil por lo que espero sentada en el sofá del salón con el cacharro en la mano. Qué rabia me dan estos trastos. Siempre ocurre lo mismo, no funcionan cuando más los necesitas. Me quedo mirando las fotos que están sobre la estantería de la pared, de nuestra boda, del bautizo de Sergio y la Nochebuena de hace un par de años con toda la familia. Tan felices, tan distantes, tan lejanas a lo que siento en este momento 


Veo la sonrisa de Marcos en las fotos y no reconozco a la persona que duerme a mi lado. Ya no hablo de si sonríe o no, es la mirada lo que me sorprende. Desde que le despidieron de la empresa, no ha vuelto a tener esa mirada segura e ilusionada. Pienso en la frase con la que los americanos intentan conocer a los demás. Lo primero que preguntan es “What do you do?”. No preguntan cómo eres sino directamente lo que haces o en qué trabajas. Hay gente que se define por lo que hace, y Marcos era uno de ellos. Cuando perdió esa parte de su vida que le definía, fue como si perdiera su identidad. Quizás estoy divagando, pero siento que algo no va bien, necesito encontrarle.  


Se enciende el teléfono con el mínimo de batería y busco su contacto para llamarle. Marco el número, pero nadie me responde. Cuelgo e intento abrir la aplicación de mensajería. Veo que tengo un mensaje suyo que no he leído. Lo abro, pero sólo logro leer “Lo siento Inés …". El móvil se vuelve a apagar bruscamente ya que no tiene suficiente batería para funcionar. Tengo que dejarlo más tiempo conectado para poder leer el mensaje completo. 


¿Qué lo siente? ¿Qué siente? ¿Por qué me envía un mensaje así a mitad de la noche sabiendo que no lo voy a leer porque estoy dormida? Maldito móvil viejo que no funciona decentemente. No sé qué hacer. Quiero salir a buscarle a casa de su madre o quizás dónde algún amigo, pero Sergio está dormido y no puedo dejarle sólo, mucho menos recorrer toda la ciudad con un niño de 12 meses a cuestas. Además, ¿y si soy yo que estoy exagerando? Quizás sólo salió a dar una vuelta y volverá pronto, me digo a  misma no muy convencida. Sé que Marcos jamás haría algo malo o desesperado, pero últimamente no sé quién es la persona que viene a casa por las noches, por lo que todo es posible. 


Abro la puerta del piso para mirar hacia las escalerasEstoy desesperada por salir, necesito encontrarle, pero no puedo. Justo en ese momento sale del ascensor nuestro vecino Samuel, que es muy amigo de Marcos.  


–Hola Inés, Buenos días. ¿Qué tal todo? –me pregunta despreocupado. 


Bien... Bien.. Todo bien, gracias por preguntar. Oye, ¿sabes algo de Marcos? Es que ha salido y no sé dónde puede estar. Ya sabes cómo es. – le pregunto tratando de disimular los nervios.  


–Pues no lo sé. Le vi ayer a la noche cuando volví del curro, pero apenas me saludó. Creo que no se dio ni cuenta que estaba allí. ¿Todo bien por casa? –me pregunta extrañado. 


–Sí, sí gracias. Todo bien. Dale un abrazo a Sofía de mi parte, ¿vale? –le digo mientras vuelvo a entrar en casa y cierro la puerta rápidamente. No quiero que comience a preguntar más cosas de las que no puedo ni quiero responder. 


Apoyo mi cabeza tras la puerta cerrada y escucho cómo Sergio se despierta. Comienza a llorar, pero yo estoy paralizada. No sé qué hacer. Marcos no va a volver, se ha ido y no sé qué voy a hacer ahora yo sola con un niño. Sabía que iba a hacer algo así, que finalmente acabaría con todo y me dejaría sola. Sabía que estaba muy mal pero no he podido hacer nada para ayudarle. No va a volver, sé que no va a volver. 


Sergio pasa del llanto a los gritos de desesperación y yo rompo a llorar con él con la cabeza apoyada en la puerta de casa. El dolor que tengo al respirar se intensifica y siento como en medio de mi pecho se abre un frío hueco. No puedo más. Ahora sí que no puedo más. 


En ese instante siento cómo se abre la puerta de repente y tras de ella aparece Marcos con cara aburrida. Me saluda casi sin verme. 


– Ey, ¿qué tal? Salí a comprar churros para desayunar. Te escribí al móvil, lo siento pero no tenían porras, sólo churros. Es lo que hay. 


– ¿Ah? Buenos días. Vale, vale –escondo la cara para que no me mire y me escabullo a la cocina. No creo que se haya dado cuenta, tampoco es que me haya visto. Me asomo un poco al salón y le veo sentado sobre el sofá. Enciende el telediario y lo mira sin ganas. Suspiro para coger fuerzas y le pregunto –¿Vas a querer un café? 


– Me da igual –responde como cada día. 

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