Ebele

Gonzalo siente como los ojos le van a estallar. Los tiene hinchados y cansados, inyectados en sangre por el trasnocho. Lleva días así, semanas. La noche es el momento en el que puede pensar con claridad, cuando el mundo se apaga y la calma por fin logra gobernar. 

Al fin logra encender la máquina. En el silencio sepulcral de la noche, los pitidos del artilugio le sobresaltan. Sin duda tiene los nervios destrozados por la falta de sueño. Aún así, ha preferido aprovechar este último empujón de motivación y encadenar el trabajo de varios días, no vaya a ser que se despiste con otro proyecto y lo deje a medias como siempre. No, este es importante y tiene que terminarlo. 


El armatoste que construyó mide aproximadamente un metro de alto por lo que con dificultad lo acerca al ordenador y lo conecta al procesador con 4 cables distintos. Acaba la instalación y ya está listo para probar. El corazón le late a mil por hora y las manos le tiemblan, pero las ganas de ver como algo tan especial va a coger forma es más fuerte. Presiona la tecla de ENTER y cae rendido sobre la silla. 


Decide cerrar los ojos sólo un minuto mientras la máquina se pone en marcha, porque no quiere perderse nada del proceso. Arrullado por el zumbido no puede evitar caer en un profundo sueño. Como cada vez que logra descansar, vuelve a soñar con el último día que vio a Elena. La ve altiva apoyada sobre la pared de la cocina mirándole con impaciencia. 


–Es que no lo entiendes Gonzalo, jamás lo has hecho. Yo necesito encontrarme a mí misma. Necesito vivir y viajar. No puedo estar detrás de ti mientras vas en la búsqueda de cada idea novedosa que se te ocurre. Yo quiero caminar en libertad, buscar mis propias aventuras. 


Se despierta de golpe cuando la cabeza le cae de lado. Odia cuando le pasa eso, se siente como el típico anciano que se queda dormido frente al programa del Juego de la Ruleta, perdiendo la poca dignidad que le queda. 


Se cerciora de que la maquina sigue en marcha y abre los ojos de par en par. La impresora en 3D ya ha avanzado mucho y puede distinguir como ha creado los pequeños pies, pantorrillas y muslos, llegando hasta las caderas. Esta es sólo la primera fase del proceso, pero está emocionado de que por fin funcione. 


Como es de imaginarse, esta no es una impresora en 3D normal y corriente. Gonzalo ha tardado siglos... sísiglos en acabar de construirla. No tanto por la máquina en sí, sino por encontrar cuáles eran los materiales ideales para su creación definitiva.  


Hace mucho tiempo ya perdió el interés en el oro, la verdad es que fue un proceso fácil de lograr, por lo que las últimas décadas de su trabajo lo ha dedicado a la búsqueda de algo más difícil de crear, la pureza. 


Las personas son seres tan difíciles de comprender, llenos de emociones que les nublan la mente, les sobrepasan y no les dejan disfrutar de lo que tienen delante. El pensar que siempre hay algo mejor, algo más que lograr y conquistar, los vuelven eternamente insatisfechos. Igual que Elena. 


Maravillado ve como la impresora va construyendo filamento a filamento el tronco, los brazos, los hombros, el cuello y la cabeza. Y cuando la máquina por fin se detiene habiendo culminado su trabajoGonzalo apenas tiene fuerzas para lograr que sus pulmones respiren. Era bellísima y diminuta. Sencilla y reluciente. 


–¿Ebele, me escuchas? –logra decir Gonzalo, aterrado de que su invento no haya funcionado. 


La pequeña criatura abre sus ojos lentamente y le sonríe. Gonzalo sabe que no le entiende, pero su primera reacción le enciende el pecho de ilusión. 


–¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? 


Ebele lo mira risueña, ignorante no sólo del significado de sus palabras sino también de su preocupación. Mira hacia los lados tratando de descubrir todo lo que le rodea. Gonzalo la mira con ojos amorosos mientras le enseña como bajar de la mesa, como caminar, los elementos que componen el pequeño piso y el mundo que se ve a través de la ventana. Ella sonríe y asiente a cada explicación mientras Gonzalo confirma ilusionado cómo todos sus esfuerzos han valido la pena. Lo ha logrado. Es justo como la había imaginado, y es suya. 


Gonzalo se recuesta en el sofá mientras ve divertido como Ebele baila en mitad del salón al ritmo de la música que suena en la radio que acaba de encender. Ella encuentra una pequeña cinta lila en el suelo, con la que juega divertidaGonzalo cierra los ojos mientras el cansancio de siglos domina su cuerpo. Esta vez, logró dormir sin soñar con Elena por primera vez en décadas. 


Al abrir los ojos a la mañana siguiente, se extraña del silencio reinante.  


–¿Ebele? ¿Ebele? –la llama incesantemente mientras busca en todas las estancias: la habitación, el lavabo, la cocina.  


Hasta que se percata de la brisa fría que entra desde la puerta principal del piso abierta. Y allí, en el umbral de la puerta, un lazo lila olvidado en el suelo. 

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