Caras

–Buenos días Santiago, ¿cómo estás? –dijo el detective al novato sentándose en su escritorio. 


–Buenos días detective Gutiérrez. Espero que hay disfrutado un buen fin de semana. –contestó el joven policía tan animado como siempre¿Vamos a hacer la reunión de tráfico de los casos nuevos que investigaremos esta semana? 


–Antes de nada, Simmons, tráeme un café bien cargado que necesito activar las neuronas–. Dice con voz ronca el agotado agente. Está cansado y apenas son las 9 de la mañana. El juicio por el que está atravesando las últimas semanas está acabando con sus nervios. 


El novato se levanta corriendo de su mesa y va a la cocina compartida por todos los policías de la planta. Se tiene que abrir paso a la fuerza entre todos los compañeros que han decidido ir al mismo tiempo a por su chute de cafeína. 


–¿Qué haces Santiago? ¿Preparándole un café a tu amado detective Gutiérrez? –pregunta guasón uno de los agentes más veteranos–. No entiendo cómo puedes sentir admiración por un tipo así. Ya verás cómo acaba cayendo por el juicio de ese chaval al que le dio de ostias. 


–Es el mejor detective que tiene la comisaría, y lo sabes. Además, el juicio es una farsa, un cuento que se ha inventado ese raterito para negociar con la ley. –responde Santiago muy convencido. 


Vuelve en menos de 5 minutos y encuentra al agente recostado con la cabeza hacia atrás. Se queda en silencio delante de él porque tiene miedo de despertarle. Siempre está de mal humor y mejor no tentar la suerte. Gutiérrez abre el ojo derecho, lo mira allí parado nervioso y se apiada de él, no quiere portarse otra vez como un capullo a primera hora del lunes. Se lo había prometido a su mujer Inés al salir de casa esta mañana. 


–Ya estás aquí. Gracias por el café Santiago. Coge la pila de carpetas que están allí y sígueme a la sala de reuniones. 


A Santiago le encantaba este momento de la semana. Podía sentarse con su mentor para hablar calmadamente de los casos, discutir su punto de vista y aprender de él. Los demás días no eran tan divertidos. Básicamente porque le perseguía de un lado para otro sin casi intervenir en las pesquisasSólo los lunes en la mañana parecía que eran un equipo. 


–Vale Santiago, este caso es un poco extraño, pero me gustaría investigarlo. Se trata de un hombre, Brian Jones, 34 años, nacido en California, soltero e informático. A finales de la semana pasada llegó a la comisaría de la sexta avenida blandiendo una pistola en la mano. Los agentes dicen que estaba fuera de sí y pedía que por favor lo encerraran o se pegaba un tiro delante de todos. 


–¿Es un hombre desequilibrado o tiene problemas mentales? –preguntó Santiago interesándose por la rareza de la situación. La gente no suele pedir que le encierren, todo lo contrario. 


–Al parecer no. Han llamado a la familia y dicen que es un chico normal. Un poco tímido, amante de los videojuegos y los ordenadores, pero nada fuera de lo común. –respondió Gutiérrez. –El hecho es que el expediente dice que Jones confesó haber cometido un asesinato hace un mes, el de su amigo de la infancia Tom Davis, que al parecer lleva el mismo tiempo desaparecido.  


–¿Entonces ha sido el sentimiento de culpa lo que lo ha llevado a entregarse? –concluye Santiago. 


–Puede ser, porque luego describen que Jones dijo que se entregaba porque ya no aguantaba ver las caras en todos lados. 


–¿Qué caras? –preguntó Santiago. 


–Ni idea. Pero hay un casete en el expediente de la grabación de la entrevista que le hicieron antes de llevárselo finalmente a Rikers Island. –apunta Gutiérrez. 


–¡Aquí está Gutiérrez! ¿La escuchamos? –pregunta el novato emocionado. Sin duda cree que este puede ser un caso inquietante para investigar. 


Santiago coge el casete y lo coloca en el reproductor de la sala. No puede creer que aún utilicen grabaciones en casete a estas alturas, en pleno 2021. Pero bueno, a los polis les molan los anacronismos. Cuando presiona la tecla de “Play”, comienzan a escuchar la voz entrecortada del presunto asesino. 


–Mi nombre es Brian Jones y hace un mes asesiné a Tom DavisNo es que esté orgulloso de lo que hice, pero lo hice. Nos reencontramos después de muchos años en la calle. Desde el instituto quno le veía y casi no le reconocí. Habíamos sido amigos en el colegio hasta que un día dejamos de serlo. Había dejado de ser el amigo que conocí en primaria para convertirse en un gran jugador de baloncesto. Era popular y yo no. Así que me dejó de lado y no hizo nada cuando aquellos otros chicos del equipo del instituto me dieron la paliza que casi me envía al otro patio. Por eso tengo la mano izquierda así, no puedo abrirla totalmente. Las patadas me la destrozaron y aunque me han operado ya tres veces, jamás pudo volver a la normalidad. –comienza a explicar Brian. 


–Cuando le vi en la calle, era igual de simpático que cuando éramos pequeños. Así que fuimos a cenar y a tomar una copa. Al salir del bar puso su mano sobre mi hombro y me pidió disculpas por lo ocurrido. Y allí fue cuando perdí la cabeza. No sé qué me pasó, pero no pude parar de golpearle hasta que quedó allí inmóvil en el callejón. Lo encontraréis detrás del bar The Dead Rabbit”. 


Cuando llegué a casa pensé que todo había acabado. Pero nada más lejos de la realidad. Traté de olvidar lo ocurrido, pero las caras no me dejaron. Sí, las caras... ¡y no me mires cómo si estuviese loco! ¿Sabes eso que dicen que todos los seres humanos le atribuimos un rostro a los objetos inanimados? Le llaman Pareidolia y no, jamás me había pasado hasta después del incidente con Tom.  

Todo comenzó poco a poco, veía una cara en las sombras del suelo y luego en todos lados. En las mochilas de los niños, en las fachadas de las casas y en la mancha que hacía la espuma de mi shampoo al ducharme. ¡Estaban en todos lados! –grita aterrado el acusado. Tras unos segundos logra calmarse. 


Yo creo, que sólo le pasa esto a las personas que han hecho algo malo. Las caras te persiguen, se ríen de ti hasta que por fin confiesas lo que hiciste. Yo ya no soporto vivir así, por favor enciérrenme de una vez. 


El detective Gutiérrez corta la grabación y mira a su subalterno con cara dubitativa 


–¿Qué crees Santiago? ¿Vale la pena investigar? 


–No lo creo Gutiérrez. Parece que es un chalado que no ha podido asumir que mató a un amigo del instituto. No creo que haya nada que investigar. –sentencia Santiago. 


–Perfecto, pues pasemos al siguiente. –dice el detective. Mientras cierra la carpeta del caso, ve de refilón el café que ya está frío a su lado. Y allí, mirándole de vuelta, una sonrisa burlona comienza a vislumbrarse en la superficie líquida dentro de la blanca taza. 

 

 

 

 

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